
Puerto Rico está enfrentado una serie de crisis que, lejos de resolverse, se acumulan como una montaña de problemas sin atender. Algunos son visibles, otros no tanto, pero todos tienen en común una raíz: la falta de voluntad gubernamental para establecer prioridades claras. Hoy, tres situaciones distintas —pero profundamente simbólicas— nos muestran cómo la desorganización sigue marcando el rumbo del país: el desastre con LUMA Energy, el caos vial de las motoras sin tablillas y la creciente amenaza de las culebras pitones en nuestros campos.
Desde que LUMA asumió el control del sistema de transmisión y distribución eléctrica, el servicio ha ido de mal a peor. Apagones frecuentes, falta de mantenimiento en la infraestructura, comunicación deficiente y una aparente desconexión total con las necesidades del pueblo han convertido la electricidad en un lujo intermitente. Mientras tanto, las tarifas siguen subiendo. ¿Dónde están las mejoras prometidas? ¿Qué pasó con la transparencia? La ciudadanía está cansada de excusas y promesas incumplidas. El gobierno, por su parte, actúa como rehén de un contrato leonino, sin intención ni urgencia de exigir responsabilidad real.
A la misma vez, las calles del país —particularmente en las avenidas metropolitanas— se han convertido en pistas improvisadas para motoristas sin tablillas, sin seguros y, muchas veces, sin consecuencias. El problema va más allá del ruido y la molestia: se trata de una seria amenaza a la seguridad vial y al estado de derecho. Las leyes existen, pero no se hacen cumplir. Los ciudadanos sienten que viven en tierra de nadie, donde el respeto a las normas depende de quién seas o en qué andes. Mientras tanto, la Policía hace lo que puede con los pocos recursos que tiene.
Lejos del asfalto, en los campos de Puerto Rico, una amenaza silenciosa va ganando terreno: las culebras pitones. Introducidas de forma irresponsable, ahora se reproducen sin control, devorando la fauna nativa, animales domesticos y alterando ecosistemas enteros. Científicos llevan años alertando sobre el impacto ecológico de esta invasión, pero las agencias ambientales no actúan con la urgencia que la situación requiere. Una especie invasora no es solo un problema de conservación, sino un riesgo a la seguridad alimentaria, la biodiversidad y la salud pública.
Estos tres ejemplos —la crisis energética, el desorden vial y el deterioro ambiental— tienen en común una alarmante verdad: el gobierno no está trabajando las prioridades a tiempo. Se responde tarde, con medidas superficiales o con excusas burocráticas que solo perpetúan el estancamiento. Mientras tanto, los problemas crecen, se enquistan y, lo más grave, normalizan.
La confianza del pueblo se erosiona cuando vé que no se atienden con premura las verdaderas necesidades del país. Gobernar no es reaccionar; es anticiparse. No es complacer a intereses externos; es defender el bienestar común. Y, lamentablemente, eso es lo que ha estado ausente.
Necesitamos coraje para enfrentar lo incómodo y entender que las prioridades no se postergan.
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Por Ramón Torres
Representante por acumulación del Partido Popular Democrático